Poco después de que Dwight Moody pusiera su fe en Cristo, el evangelista decidió no dejar pasar un día sin compartir la buena noticia de Dios con al menos una persona. En días atareados, a veces se olvidaba de su resolución hasta tarde. Una noche, estaba en la cama cuando se acordó. Salió de su casa, pero pensó: No encontraré a nadie en medio de esta lluvia. Justo entonces, vio a un hombre caminando por la calle. Moody se acercó y le preguntó si podía refugiarse en su paraguas. Una vez que le dio permiso, dijo: «¿Tienes algún refugio en tiempos de tormenta? ¿Podría contarte sobre Jesús?».

Moody estaba siempre listo para obedecer las instrucciones de Dios a los israelitas de proclamar su nombre y hacer «célebres en los pueblos sus obras» (Isaías 12:4). Israel no solo estaba llamado a proclamar «que su nombre es engrandecido» (v. 4), sino también a compartir cómo se había transformado en su salvación. Siglos más tarde, nuestro llamado sigue siendo contar la maravilla de cómo Jesús se hizo hombre, murió en la cruz y resucitó.

Tal vez escuchamos sobre el amor de Dios cuando alguien, al igual que Moody, salió de su zona de confort para hablarnos de Jesús. Nosotros también podemos hablarle a alguien de Aquel que salva.