Cuando Carlos y Sara García se mudaron a unos ocho kilómetros, su gato Silvestre expresó su desagrado escapando. Un día, Sara vio una foto de su antigua casa en las redes sociales… ¡y allí estaba Silvestre!
La pareja fue a buscarlo, pero Silvestre volvió a escapar. ¿Adivinen dónde fue? Esta vez, la familia que había comprado la casa accedió a quedarse con el gato. Los García no pudieron detener lo inevitable: Silvestre siempre regresaría a «casa».
Nehemías era un funcionario prestigioso en la corte de Susa, pero su corazón estaba en otra parte. Acababa de enterarse de la triste condición de «la ciudad, casa de los sepulcros de [sus] padres» (Nehemías 2:3). Entonces, oró a Dios: «Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: […] si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, […] aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré, y os traeré al lugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre» (1:8-9).
Dicen que «casa es donde está el corazón». En el caso de Nehemías, anhelar su casa era más que estar ligado a la tierra, era la comunión con Dios. Jerusalén, el «lugar que [el Señor escogió] para hacer habitar allí [su] nombre».
La insatisfacción que tanto sentimos es un anhelo de estar en casa con Dios.