Aunque Samuel no había hecho nada malo, perdió su trabajo. La negligencia en otra sección generó problemas en los autos que él fabricaba. Después de conocerse sobre varios accidentes, los clientes dejaron de comprar esa marca. La compañía tuvo que reducirse y él quedó sin trabajo. Ese daño colateral no fue justo. Nunca lo es.
La historia del primer daño colateral ocurrió inmediatamente después del primer pecado. Adán y Eva estaban avergonzados de su desnudez, y Dios, en su gracia, los vistió con «túnicas de pieles» (Génesis 3:21). Duele imaginarlo, pero uno o más animales que habían estado seguros en el huerto fueron muertos y despellejados.
Y no terminó ahí. Dios le dijo a Israel: «Y ofrecerás en sacrificio al Señor cada día en holocausto un cordero de un año sin defecto» (Ezequiel 46:13). Cada… día. ¿Cuántos miles de animales se sacrificaron por el pecado humano?
Esas muertes fueron necesarias para cubrir nuestro pecado hasta que Jesús, el Cordero de Dios, vino a quitarlo (Juan 1:29). Es una «reparación colateral». Como el pecado de Adán nos mata, la obediencia del postrer Adán, Cristo, restaura a todos los que creen en Él (Romanos 5:17-19). Esta reparación colateral es injusta —le costó la vida a Jesús— pero gratuita. Cree en Jesús y recibe la salvación, y se te imputará su justicia.