Puse mi Biblia en el púlpito y miré los rostros ansiosos que esperaban que comenzara el mensaje. Había orado y estaba preparada. ¿Por qué no podía hablar?
No vales nada. Nadie te escuchará nunca, en especial si conocen tu pasado. Dios jamás te utilizaría. Grabadas en mi corazón y mente, estas palabras dichas de muchas formas generaron en mí una década de guerra contra las mentiras que yo creía tan fácilmente. Aunque sabía que no eran ciertas, parecía que no podía evitar mis inseguridades y temores. Entonces, abrí mi Biblia.
Busqué Proverbios 30:5 y respiré profundo antes de leer en voz alta: «Toda palabra de Dios es limpia; él es escudo a los que en él esperan». Cerré los ojos mientras la paz se apoderaba de mí, y empecé a compartir mi testimonio.
Muchos hemos experimentado el poder paralizador de las palabras u opiniones negativas que otros tienen sobre nosotros. Sin embargo, la Palabra de Dios es «limpia», perfecta y absolutamente sana. Cuando somos tentados a creer las ideas destructivas sobre nuestra valía o propósito como hijos de Dios, su verdad infalible y eterna protege nuestra mente y corazón. Podemos decir como el salmista: «Me acordé, oh Señor, de tus juicios antiguos, y me consolé» (Salmo 119:52).
Reemplacemos los dichos negativos con la Escritura.