El líder de nuestra videoconferencia dijo: «¡Buen día!». Yo respondí: «Hola», pero no lo estaba mirando porque me distrajo mi propia imagen en la pantalla. ¿Así me veo? Observé los rostros sonrientes de los demás y los veía tal cual son. Entonces, sí, debo de ser yo. Tendría que bajar un poco de peso… y cortarme el cabello.
En su mente, Faraón era impresionante: un «leoncillo de naciones, [… un] dragón de los mares» (Ezequiel 32:2). Pero después se visualizó desde la perspectiva de Dios, quien le dijo que estaba en problemas y que expondría su cadáver a los animales salvajes, dejando «atónitos por [él] a muchos pueblos, y sus reyes [tendrían] horror grande a causa de [él]» (v. 10). Faraón era mucho menos impresionante de lo que pensaba.
Tal vez pensamos que somos «espiritualmente hermosos», hasta que vemos nuestro pecado como Dios lo ve. Comparadas con su estándar de santidad, incluso «nuestras justicias [son] como trapo de inmundicia» (Isaías 64:6). Pero Dios también ve otra cosa, algo aún más verdadero: ve a Jesús, y nos ve a nosotros en Él.
¿Te desanima cómo eres? Recuerda que no se trata de quién eres tú. Si pusiste tu fe en Jesús, estás en Él y su santidad te envuelve. Eres más hermoso de lo que imaginas.