En Australia, un informe describió «una historia nefasta» de sequía extrema, calor y fuego. El relato pronosticaba un año horrendo con apenas unas lluvias minúsculas que convertirían los arbustos secos en leña. Incendios voraces abrasaron los campos; peces murieron; cosechas desaparecieron. Todo porque carecieron de un simple recurso que solemos dar por sentado: agua, la cual todos necesitamos para vivir.
Israel también se enfrentó con un dilema aterrador. Mientras acampaba en el desierto, aparece esta frase alarmante: «no había agua para que el pueblo bebiese» (Éxodo 17:1). Tenían miedo y la garganta seca. La arena hervía. Los niños estaban sedientos. Aterrorizado, «altercó el pueblo con Moisés,», exigiendo agua (v. 2). Pero lo único que podía hacer Moisés era acudir a Dios por ayuda.
Y Dios, extrañamente, le indicó: «toma […] tu vara con que golpeaste el río, […] y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo» (vv. 5-6). Y Moisés lo hizo, y brotó abundante agua, suficiente para el pueblo y su ganado. Ese día, los israelitas entendieron que Dios los amaba.
Si estás experimentando un período de sequía en tu vida, ten la certeza de que Dios lo sabe, está contigo y te dará lo que necesites. Encuentra esperanza en sus aguas abundantes.