Un padre joven sostenía a su hijito en sus brazos, cantándole y meciéndolo suavemente. El bebé tenía problemas de audición, no podía oír la melodía ni las palabras, pero el padre igual le cantaba, en un tierno acto de amor hacia su hijo. Y sus esfuerzos eran recompensados con una preciosa sonrisa del pequeño.
Esta imagen se asemeja sorprendentemente a las palabras de Sofonías, quien dice que Dios se regocija con cánticos sobre su hija, la nación de Israel (Sofonías 3:17). A Dios le encanta beneficiar a su amado pueblo, deteniendo el castigo y alejando a sus enemigos (v. 15). El profeta dice que ya no habrá razón para temer, sino que tendrán motivo para regocijarse.
A nosotros, hijos de Dios redimidos por la sangre derramada de Jesucristo, a veces nos cuesta oír; no podemos o quizá no estamos dispuestos a afinar nuestro oído para escuchar el abundante amor con que Dios se regocija sobre nosotros. Su cántico es como el de aquel joven padre que le cantaba a su hijo a pesar de que no podía oírlo. Dios quitó nuestro castigo y nos dio así más razones para alegrarnos. Tal vez deberíamos tratar de escuchar más atentamente el cántico gozoso en su voz, y apreciar su amorosa melodía y disfrutar de la seguridad de sus brazos.