Radamenes era apenas un gatito cuando su dueño lo dejó en un refugio de animales, pensando que estaba demasiado enfermo como para recuperarse. El veterinario lo cuidó hasta que recuperó la salud, y lo adoptó. Ahora, con su presencia cálida y ronroneo tranquilo, el gato pasa sus días «consolando» a otros animales en recuperación.
Esta es una pequeña imagen de lo que nuestro Dios amoroso hace por nosotros, y de lo que podemos hacer por otros. Él nos cuida en nuestras enfermedades y luchas, y nos calma con su presencia. En 2 Corintios, el apóstol Pablo llama a nuestro Dios «Padre de misericordias y Dios de toda consolación» (1:3). Cuando acudimos a Él en oración, «nos consuela en todas nuestras tribulaciones» (v. 4).
Sin embargo, el versículo 4 no termina ahí. Pablo, que había experimentado intensos sufrimientos, sigue diciendo: «para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación». Nuestro Padre nos consuela, y así, nosotros podemos también consolar a otros.
Nuestro compasivo Señor, que sufrió por nosotros, bien puede consolarnos en medio de nuestros sufrimientos y angustias (v. 5). Nos ayuda a atravesar el dolor y nos prepara para hacer lo mismo por los demás.