Mi familia vive en una casa de casi 100 años, con unas paredes de yeso de maravillosa textura. Un constructor me advirtió que, para colgar un cuadro, tendría que martillar el clavo a un soporte de madera o usar un sostén de yeso. De lo contrario, era probable que el cuadro terminara en el suelo.
El profeta Isaías usó la imagen de un clavo firmemente anclado a una pared para describir a un personaje bíblico llamado Eliaquim. A diferencia del mayordomo corrupto Sebna (22:15-19), así como del pueblo de Israel —que buscaba fuerza en sí mismo (vv. 8-11)—, Eliaquim confiaba en Dios. Isaías profetizó el ascenso de Eliaquim a administrador del palacio del rey Ezequías y escribió que Dios lo hincaría «como clavo en lugar firme» (v. 23). Anclado firmemente en la verdad y la gracia de Dios, Eliaquim podría ser un apoyo para su familia y su pueblo (vv. 22-24).
Sin embargo, Isaías concluyó esta profecía con un recordatorio aleccionador de que ninguna persona puede ser la seguridad suprema para sus amigos o familiares; todos fallamos (v. 25). La única ancla completamente confiable para nuestra vida es Jesús (Salmo 62:5-6; Mateo 7:24). A medida que nos interesamos en los demás y compartimos sus cargas, que también podamos señalarles a Él, el ancla que nunca falla.