El Día de Chicago en octubre de 1893, los teatros de la ciudad cerraron porque sus dueños pensaron que todos asistirían a la Feria Mundial. Fueron más de 700.000 personas, pero Dwight Moody quería llenar con predicación y enseñanza un salón en el otro extremo de Chicago. Su amigo R. A. Torrey no creía que Moody pudiera atraer gente el mismo día de la feria. Pero por la gracia de Dios, lo hizo. Torrey señaló tiempo después que las multitudes fueron porque Moody conocía «ese Libro que este viejo mundo anhela más conocer: la Biblia». Quería que la gente amara la Biblia como Moody lo hizo, leyéndola habitualmente con dedicación y fervor.
Mediante su Espíritu, Dios atrajo personas hacia sí a finales del siglo xix en Chicago, y continúa hablando hoy. Hagamos eco del amor del salmista a Dios y su Palabra, exclamando: «¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca» (Salmo 119:103). Los mensajes de Dios de gracia y verdad eran como una luz para su camino, una lámpara para sus pies (v. 105).
¿Cómo podemos enamorarnos más del Salvador y su mensaje? A medida que nos sumerjamos en la Escritura, Dios aumentará nuestra devoción a Él y nos guiará iluminando los senderos por donde caminemos.