Durante el popular programa de televisión Americas’s Got Talent, una niña de cinco años cantó con tanto entusiasmo que un juez la comparó con una famosa niña cantante y bailarina de la década de 1930: «Creo que Shirley Temple está viviendo en alguna parte dentro de ti». Inesperadamente, ella respondió: «No, Shirley Temple no. ¡Jesús!».
Quedé maravillada ante la profunda conciencia de la niña de que su gozo procedía de que Jesús vivía en ella. La Escritura nos asegura que todos los que confiamos en Él no solo recibimos la promesa de la vida eterna con Dios, sino la presencia de Jesús mediante su Espíritu: nuestro corazón se convierte en su hogar (Colosenses 1:27; Efesios 3:17).
Su presencia brinda innumerables razones para dar gracias (Colosenses 2:6-7); nos permite vivir con propósito y energía (1:28-29); cultiva el gozo, tanto en las celebraciones como en las luchas (Filipenses 4:12-13); da esperanza de que Dios hace todo para nuestro beneficio, aun lo que no podemos ver (Romanos 8:28); y da paz a pesar del caos que nos rodea (Colosenses 3:15).
Con la confianza que nos da tener a Jesús viviendo en nuestro corazón, podemos permitir que su presencia se refleje en nosotros para que otros no puedan evitar verlo.