«El Señor es mi alto refugio […]. Cantábamos mientras dejábamos el campamento». El 7 de septiembre de 1943, Etty Hillesum escribió estas palabras en una tarjeta y las arrojó desde un tren. Fueron sus últimas palabras registradas. El 30 de noviembre fue asesinada en Auschwitz. Tiempo después, sus diarios de las experiencias en un campo de concentración se tradujeron y publicaron. Allí relataba su perspectiva sobre los horrores de la ocupación nazi y la belleza del mundo de Dios.
El apóstol Juan no esquivó las duras realidades de la vida de Jesús sobre la tierra; escribió de lo bueno que hizo así como de los desafíos que enfrentó. Las palabras finales de su Evangelio nos dan el propósito detrás del libro que lleva su nombre: «hizo además Jesús muchas otras señales […], las cuales no están escritas […]. Pero éstas se han escrito para que creáis» (20:30). Y el diario de Juan concluye con una nota de triunfo: «Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios». Estas palabras nos ofrecen la oportunidad de «que creyendo, [tengamos] vida en su nombre» (v. 31).
Los Evangelios son relatos diarios del amor de Dios por nosotros. Son palabras para leer, creer y compartir, porque nos llevan a la vida; nos guían a Cristo.