En un evento deportivo de la escuela secundaria, Tomás era el más grande y ruidoso entre los que alentaban desde la tribuna. Antes de contraer una enfermedad degenerativa, medía casi dos metros de alto y pesaba unos 130 kilos. Sus alaridos vitoreando el color de la escuela en los eventos eran legendarios, lo que le atribuyó el apodo de «Gran Azul».
Pero Tomás no es recordado por esas conductas ni su posterior adicción al alcohol cuando era un adulto joven, sino por su amor a Dios y a la familia, y por su generosidad y bondad. En su funeral, una persona tras otra compartió sobre el vibrante testimonio cristiano de un hombre que había sido rescatado de las tinieblas por el poder de Jesús mediante el evangelio.
En Efesios 5:8, Pablo les recordó a los creyentes: «en otro tiempo erais tinieblas»; pero resaltó de inmediato: «mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz». Este es el llamado para todos los cristianos. Los hijos de luz, como Tomás, tienen que alumbrar a los sumidos en la oscuridad de este mundo (ver vv. 3-4, 11). Nuestras comunidades y el mundo necesitan el testimonio brillante y distintivo de aquellos sobre quienes la luz de Cristo ha alumbrado (v. 14). ¿Qué nivel de distinción? Tan distintos como lo es la luz de la oscuridad.