El niño de doce años esperaba ansioso abrir los regalos de Navidad. Deseaba una bicicleta nueva, pero sus esperanzas se hicieron trizas; recibió un diccionario que decía en la primera página: «Para Carlos de Mamá y Papá, 1958. Con amor y expectativa para tu mejor desempeño en la escuela».

A Carlos le fue bien en la escuela; luego, se graduó de la universidad y se capacitó para ser aviador. Se convirtió en piloto de una misión extrajera, cumpliendo así su pasión de ayudar a los necesitados y testificarles de Jesús. Ahora, 60 años después de recibir aquel regalo, les muestra a sus nietos el desgastado y atesorado diccionario; un símbolo de la amorosa inversión de sus padres en él. Pero más agradecido está aún por la inversión diaria de ellos en edificar su fe enseñándole sobre Dios y las Escrituras.

Deuteronomio 11 habla de la importancia de aprovechar toda oportunidad de compartir la Escritura con nuestros hijos: «Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes» (v. 19)

Los valores eternos plantados en Carlos de niño produjeron una vida de servicio a su Salvador. ¡Quién sabe cuánto crecimiento espiritual producirá nuestra inversión en la vida de una persona!