En Año Nuevo, cuando los fuegos artificiales detonan en todo el mundo, el ruido es fuerte a propósito. Los fabricantes dicen que el objetivo es, literalmente, despedazar la atmósfera. Los de repetición pueden ser los más sonoros; en especial, cuando explotan cerca del suelo.

Los problemas también pueden hacer estallar el corazón, la mente y los hogares. Los «fuegos artificiales» de la vida —conflictos familiares, problemas relacionales y financieros, desafíos laborales, e incluso división en la iglesia— pueden parecernos explosiones que trastornan nuestra atmósfera emocional.

Sin embargo, conocemos a Alguien que nos eleva por encima de ese rugir. Cristo «es nuestra paz», escribió Pablo en Efesios 2:14. Cuando habitamos en su presencia, su paz es mayor que cualquier perturbación, y esto aplaca el ruido de toda preocupación, dolor o desunión.

Al igual que los judíos y los gentiles, todos estábamos antes «sin Dios y sin esperanza en el mundo», pero la sangre de Cristo hizo que nos acercáramos a Él y los unos a los otros, porque «él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación» (v. 14).

Al comenzar el nuevo año, con sus amenazas de agitación y divisiones, busquemos a Aquel que es nuestra paz siempre presente.