Un accidente vascular posquirúrgico hizo que Tomás perdiera el habla, y tuvo que enfrentar una larga rehabilitación. Tiempo después, tuvimos la agradable sorpresa de verlo en la reunión de Acción de Gracias de la iglesia. Mayor fue la sorpresa cuando se puso de pie para hablar. Buscando qué decir, mezclaba las palabras, repetía frases y confundía las fechas. Pero una cosa era clara: ¡estaba alabando a Dios! Es posible sentirse conmovido y, al mismo tiempo, ser bendecido. Así fue aquel momento.
En la «historia prenavideña», encontramos a un hombre que perdió el habla. El ángel Gabriel se apareció a Zacarías y le dijo que sería el padre de un gran profeta (ver Lucas 1:11-17). Él y su esposa eran ancianos, así que dudó. Fue entonces que Gabriel le dijo que no hablaría «hasta el día en que esto se [hiciera]» (v. 20).
Y ese día llegó. En la ceremonia para ponerle nombre al bebé milagroso, Zacarías habló. Con sus primeras palabras alabó a Dios (v. 64) y luego dijo: «Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo» (v. 68).
Como Zacarías, en cuanto pudo hablar, Tomás alabó a Dios. Sus corazones se inclinaron ante Aquel que hizo sus lenguas y mentes. Independientemente de lo que enfrentemos hoy, podemos responder del mismo modo.