La escena me hizo reír a las carcajadas. Las multitudes se habían ubicado a lo largo de una avenida en México, ondeando banderas y arrojando confeti mientras esperaban al papa. Por el medio de la calle, un cachorro perdido corría, pareciendo sonreír, como si los festejos fueran solo para él. ¡Sí! Cada perro debería tener su día, y debería parecerse a eso.

Es divertido cuando un cachorro «se roba el espectáculo», pero apropiarse de la alabanza de otro puede destruirnos. David lo sabía, y se negó a beber el agua por la cual sus guerreros valientes habían arriesgado la vida para conseguirla. Cuando dijo antojado que sería maravilloso que le llevaran agua del pozo de Belén, tres soldados la consiguieron. Sobrecogido por la devoción de ellos, se negó a beberla, pero «la derramó para el Señor» como ofrenda (2 Samuel 23:16).

Nuestra manera de reaccionar ante la alabanza y los honores dice mucho de nosotros. Cuando la alabanza esté dirigida a otros —en especial, a Dios—, no nos interpongamos en el camino. El desfile no es para nosotros. Cuando el elogio sea para nosotros, agradezcamos a la persona, pero extendamos esa alabanza dando toda la gloria a Cristo. El «agua» no es para nosotros. Da gracias, y luego, derrámala delante de Dios.