En 2019, un suburbio de Victorville, California, quedó sepultado bajo cardos rodadores empujados por fuertes vientos desde el desierto Mojave. Estas plantas pueden alcanzar 1,80 metros de altura; algo formidable cuando se suelta de sus raíces para «rodar» con el viento y esparcir sus semillas.
Estos cardos rodadores son lo que imagino cuando leo la descripción de Jeremías de una persona cuyo «corazón se aparta del Señor» (Jeremías 17:5). Dice que los que obtienen su fuerza de la «carne» serán como «la retama en el desierto, y no [verán] cuando viene el bien» (vv. 5-6). Totalmente diferentes son los que ponen su confianza en Dios. Como los árboles, sus raíces profundas y fuertes toman su fuerza de Él, lo que les permite mantenerse plenamente vivos, aun en medio de las sequías de la vida.
Tanto los cardos rodadores como los árboles tienen raíces. No obstante, esos cardos pierden la conexión con su fuente de vida, y se secan y mueren. Por el contrario, los árboles permanecen conectados a las raíces, y pueden crecer y florecer, anclados a aquello que los sostiene en tiempos difíciles. Cuando nos aferramos a Dios, tomando fuerza y ánimo de la sabiduría de la Biblia y hablando con Él en oración, podemos experimentar la nutrición vivificante y sustentadora que nos provee.