Mi esposo estaba parado debajo de las luces que iluminaban el campo de juego. Cuando un jugador del otro equipo bateó la pelota, él corrió a toda velocidad hacia el rincón más oscuro de la cancha para atraparla y chocó contra la baranda de hierro. Esa noche, mientras le daba una bolsa de hielo, pregunté: «¿Estás bien?». Se frotó el hombro y dijo: «Me sentiría mejor si mis compañeros me hubiesen advertido que me acercaba a la baranda». Los equipos funcionan mejor cuando trabajan juntos. Y así también podrían evitarse lesiones.
La Escritura nos recuerda que los miembros de la iglesia deben trabajar juntos y cuidarse como un equipo. Pablo nos dice que a Dios le importa cómo interactuamos, porque las acciones de un creyente pueden impactar en toda la congregación (Colosenses 3:13-14). Cuando nos ayudamos y servimos mutuamente, promoviendo la unidad y la paz, la iglesia florece (v. 15).
El apóstol instruyó a sus lectores: «La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales» (v. 16). De este modo, nos estimulamos y protegemos unos a otros mediante vínculos de amor y sinceridad, con corazones agradecidos a Dios.