Julio cruzaba en bicicleta el puente George Washington —una ruta transitada de doble calzada que une la ciudad de Nueva York con Nueva Jersey—, cuando enfrentó una situación de vida o muerte. Un hombre estaba parado en una plataforma sobre el río Hudson, listo para saltar. Como sabía que la policía no llegaría a tiempo, Julio saltó de la bicicleta y corrió con los brazos extendidos, diciendo: «No lo hagas. Te amamos». Entonces, como un pastor con un cayado, abrazó al hombre consternado, y con la ayuda de otro transeúnte, lo puso a salvo. Según los informes, Julio no soltó al hombre, aun después de que estaba a salvo.
Hace dos milenios, en una situación de vida o muerte, Jesús, el buen Pastor, dijo que pondría su vida para salvar y nunca soltar a los que creyeran en Él. Así bendeciría a sus ovejas: lo conocerían personalmente, tendrían el regalo de la vida eterna y estarían seguras bajo su cuidado. Esta seguridad no depende de la fragilidad de la oveja, sino de la suficiencia del Pastor que nunca dejará que sea arrebatada «de [su] mano» (Juan 10:28).
Cuando estábamos consternados y sin esperanza, Jesús nos rescató. Y ahora nos sentimos seguros y a salvo en nuestra relación con Él. Nos ama, nos busca, nos encuentra, nos salva, promete no soltarnos nunca.