Cuando mi esposo y yo explorábamos un rincón pequeño y escarpado del estado de Wyoming, divisé un girasol en un lugar rocoso y seco donde crecían artemisa, ortigas, cactus espinosos y otras plantas silvestres. No era tan alto como los girasoles cultivados, pero brillaba del mismo modo… y me levantó el ánimo.
Este punto brillante inesperado en un terreno agreste me recordó que la vida, incluso para el creyente en Cristo, puede parecer árida y desolada. Los problemas quizá luzcan insalvables; y como los clamores del salmista David, nuestras oraciones parecen a veces desoídas: «Inclina, oh Señor, tu oído, y escúchame, porque estoy afligido y menesteroso» (Salmo 86:1). Como él, también anhelamos estar alegres.
Pero David sigue diciendo que servimos a un Dios fiel (v. 11), «misericordioso y clemente» (v. 15), que abunda en amor para todos los que lo invocan (v. 5). Él ciertamente responde (v. 7).
A veces, en los lugares oscuros, Dios envía un girasol —una palabra alentadora o una nota de un amigo; un versículo o pasaje bíblico consolador; un hermoso amanecer— que nos ayuda a avanzar con esperanza. Hasta el día en que el Señor nos libere de nuestras dificultades, unámonos al salmista, proclamando: «tú eres grande, y hacedor de maravillas; sólo tú eres Dios» (v. 10).