Un artículo de un periódico de 1970 contenía el primer uso de la expresión idiomática «estar en capilla». En referencia a un estado de incertidumbre, se usó en relación a Steve Krisiloff, un novato piloto de carreras de autos. Tras una lenta vuelta clasificatoria para las 500 millas de Indianápolis, estuvo «en capilla» hasta que se le confirmó que su tiempo —aunque el más lento de la clasificación— le permitía participar.
A veces, podemos sentirnos «en capilla», con la incertidumbre de saber si tenemos lo que se requiere para competir y finalizar la carrera de la vida. Cuando nos sentimos así, es importante recordar que, en Jesús, nunca «estamos en el banco». Como hijos de Dios, nuestro lugar en su reino está asegurado (Juan 14:3). Nuestra confianza surge de Aquel que escogió que Jesús fuera la «piedra del ángulo» sobre la cual se edifica nuestra vida, y que nosotros seamos «piedras vivas» llenas del Espíritu de Dios, capaces de ser aquello para lo cual Él nos creó (1 Pedro 2:5-6).
En Cristo, nuestro futuro está asegurado porque creímos en Él, lo seguimos (v. 6) y somos «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que [anunciemos] las virtudes de aquel que [nos] llamó de las tinieblas a su luz admirable» (v. 9).