El hombre parecía imposible de redimir. Sus delitos incluían seis muertes y el inicio de casi 1.500 incendios que aterrorizaron Nueva York en la década de 1970. Dejaba cartas en las escenas de los crímenes, burlándose de la policía, hasta que finalmente lo detuvieron y lo condenaron a 25 años de cárcel sucesivos por cada asesinato.

Sin embargo, Dios lo alcanzó. Hoy cree en Cristo y pasa horas leyendo la Biblia. Tras expresar sinceras disculpas a los familiares de las víctimas, ora por ellos. Preso durante más de 40 años, este hombre que parecía imposible de redimir, encuentra esperanza en Dios y declara: «Mi libertad está en una palabra: Jesús».

La Escritura habla de otra conversión poco probable. Antes de encontrarse con el Cristo resucitado, Saulo (que luego se transformó en el apóstol Pablo) respiraba «amenazas y muerte contra los discípulos del Señor» (Hechos 9:1). Sin embargo, Jesús transformó su corazón y su vida (vv. 17-18), y se convirtió en uno de sus testigos más poderosos. El que complotaba para matar a los cristianos dedicó su vida a comunicar la esperanza del evangelio.

La redención es un milagro de Dios. Nadie merece su perdón, pero Jesús es un Salvador poderoso: «[salva] perpetuamente a los que por él se acercan a Dios» (Hebreos 7:25).