La encina estuvo junto a la iglesia Basking Ridge, en Nueva Jersey, por más de 600 años, hasta que tuvieron que removerla. En su mejor momento, sus onduladas ramas se extendían vigorosas. El sol atravesaba sus hojas y bellotas, creando reflejos danzantes de luz en la sombra. Pero bajo la superficie yacía su verdadera magnificencia: su sistema de raíces. La raíz principal de un roble crece derecho hacia abajo, lo que asegura una fuente de nutrientes. De allí, una masa de raíces se extiende horizontalmente para brindar al árbol humedad y sostén. Este intrincado sistema también actúa como un ancla para estabilizar el tronco.
Como en el poderoso roble, la mayor parte de nuestro crecimiento se produce debajo de la superficie. Cuando Jesús les explicó a sus discípulos la parábola del sembrador, enfatizó la importancia de estar bien plantados en una relación personal con el Padre. Al crecer en nuestro conocimiento de Dios a través de la Escritura, el Espíritu sostiene las raíces de nuestra fe. Y esto nos ayuda a superar las pruebas, las persecuciones y las preocupaciones (Mateo 13:18-23).
Nuestro Padre celestial alimenta nuestro corazón con su Palabra, y la obra transformadora del Espíritu asegura que los que nos rodean vean el fruto de nuestra fe.