Carla caminaba por el angosto pasillo del avión con Lucy, su hija de once meses, y su máquina de oxígeno. Viajaban a buscar un tratamiento para la enfermedad pulmonar crónica de su beba. Poco después de ubicarse en su asiento compartido, una aeromoza se les acercó para decirle que un pasajero en primera clase quería intercambiarle el asiento. Con lágrimas de gratitud cayendo por su rostro, Carla se dirigió hacia el asiento más espacioso, mientras el benevolente desconocido fue al de ella.
Aquel benefactor encarnaba la clase de generosidad que alentaba Pablo en su carta a Timoteo. Le dijo que instruyera a los que estaban bajo su cuidado a «que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos» (1 Timoteo 6:18). Pablo señala que es tentador volverse arrogante y colocar la esperanza en las riquezas de este mundo. Sugiere, en cambio, que nos concentremos en vivir una vida de generosidad y servicio a los demás, siendo «ricos» en buenas obras, como el hombre del asiendo 2D en el vuelo de Carla.
Ya sea que tengamos abundancia o que nos falte algo, todos podemos experimentar la riqueza de vivir con generosidad mientras compartimos con otros lo que tenemos. Cuando lo hacemos, Pablo afirma que «[echamos] mano de la vida eterna» (v. 19).