Lila estaba muriendo de cáncer, y su marido no podía entender por qué un Dios amoroso permitía que su esposa sufriera. Ella había servido fielmente al Señor, enseñando la Biblia y aconsejando a muchos. «¿Por qué permites que pase esto?», clamaba. Sin embargo, seguía fiel en su andar con Dios.
«Entonces, ¿por qué sigues creyendo en Él? —le pregunté con franqueza—. ¿Qué te impide darle la espalda?».
«Por lo que ocurrió antes», respondió. Aunque ahora no podía «ver» a Dios, recordaba los momentos en que Él lo había ayudado y protegido. Esas eran señales de que el Señor seguía interesado en su familia. «Sé que el Dios en quien creo cumplirá con su propósito», dijo.
Sus palabras evocan la expresión de confianza de Isaías de que, aunque no podía sentir la presencia de Dios cuando el pueblo se preparaba para sufrir a manos de los enemigos, él confiaría en el Señor (Isaías 8:17). Confiaba en Él por las señales que había dado de su presencia constante (v. 18).
Hay momentos en que sentimos como si Dios no estuviera con nosotros en los problemas. Es entonces cuando dependemos de lo que lo vimos hacer en nuestras vidas, en el pasado y en el presente. Son recordatorios visibles de un Dios invisible, quien siempre está con nosotros y responde a su tiempo y manera.