Un adolescente llamado Aldi estaba trabajando solo en una barcaza de pesca anclada a unos 125 kilómetros de la isla Sulawesi, en Indonesia, cuando fuertes vientos la desanclaron y la arrastraron hacia el mar. Aldi anduvo a la deriva en el mar durante 49 días. Cada vez que veía un barco, encendía su lámpara para captar la atención de los marineros, pero se frustraba. Unos diez barcos pasaron cerca del desnutrido joven, antes de que lo rescataran.
Jesús le relató una parábola a «un intérprete de la ley» (Lucas 10:25) sobre alguien que necesitaba ser rescatado. Un sacerdote y un levita lo vieron mientras viajaban, pero en lugar de ayudarlo, cada uno «pasó de largo» (vv. 31-32). No se nos dice el porqué. Ambos eran religiosos y conocían la ley de Dios respecto a amar a sus prójimos (Levítico 19:17-18). Tal vez pensaron que era peligroso o no querían quebrantar la ley judía al contaminarse, y no poder servir en el templo. Por el contrario, el samaritano —despreciado por los judíos— actuó dignamente. Vio la necesidad del hombre y, con generosidad, se ocupó de él.
Jesús resumió su enseñanza ordenándoles a sus seguidores: «Ve, y haz tú lo mismo» (Lucas 10:37). Que Dios nos dé disposición para arriesgarnos a ayudar a otros por amor.