Cuando los crímenes con cuchillo arrasaron el Reino Unido, el Centro Británico Ironwork tuvo una idea. Trabajando con la policía local, fabricó y colocó 200 cajas de depósito en todo el país y lanzó una campaña de amnistía. Fueron entregados 100.000 cuchillos, algunos todavía con sangre en sus hojas. Luego, se los enviaron al artista Alfie Bradley, quien los desafiló, grabando en algunos los nombres de víctimas jóvenes y mensajes de disculpa de exvictimarios. Luego, todas esas armas fueron soldadas para crear el Ángel del cuchillo, una escultura de más de ocho metros de altura, con alas de acero reluciente.

Cuando me paré frente a esa escultura, me pregunté cuántas miles de puñaladas se habrían evitado con su existencia. Pensé también en la visión de Isaías de nuevos cielos y tierra (Isaías 65:17), un lugar donde los hijos no morirán jóvenes (v. 20) ni crecerán en pobreza que impulse crímenes (vv. 22-23); donde no habrá más crímenes de arma blanca porque todas las espadas serán transformadas para fines más creativos (2:4).

Ese mundo todavía no ha llegado, pero debemos orar y servir hasta que llegue (Mateo 6:10). En cierto modo, el Ángel del cuchillo nos ofrece un atisbo del futuro prometido por Dios: espadas en rejas de arado; armas en obras de arte.