Había una vez. Estas tres palabras tal vez estén entre las más poderosas del mundo. Algunos de mis recuerdos más tempranos de mi niñez contienen variaciones de esta potente frase. Un día, mi madre llegó a casa con una edición ilustrada de historias bíblicas: Libro de historias bíblicas Mi buen pastor. Todas las noches, antes de dormir, mi hermano y yo escuchábamos expectantes mientras ella leía sobre una época mucho tiempo atrás llena de personas interesantes y del Dios que las amaba. Esas historias se convirtieron en una lente para nuestra perspectiva de este gran mundo.

Jesús de Nazaret fue el mejor e inigualable narrador de historias que hubo. Él sabía que todos llevamos dentro un amor innato por las historias, por eso usó constantemente ese medio para comunicar su buena noticia: Había una vez un hombre que «[echó] semilla en la tierra» (Marcos 4:26). Había una vez un «grano de mostaza» (v. 31), y así continuaba el relato. El Evangelio de Marcos indica claramente que Jesús usaba historias para interactuar con personas comunes (v. 34) a fin de ayudarlas a ver el mundo con más claridad y entender mejor al Dios que las amaba.

Es sabio recordar esto cuando compartimos con otros la irresistible historia del evangelio del amor y la gracia de Dios.