Hace años, cuando mi hijo tenía cuatro años, me regaló un corazón de madera montado sobre una placa de metal, con la palabra siempre pintada en el centro. «Te amo para siempre, mamá», dijo.
Le agradecí mientras lo abrazaba. «Yo te amo más».
Ese regalo invalorable sigue reafirmándome el amor sin fin de mi hijo. En días difíciles, Dios usa ese dulce presente para consolarme y alentarme, afirmándome que Él me ama profundamente. Además, me recuerda el regalo del amor eterno de Dios, expresado en toda su Palabra y confirmado por su Espíritu.
Podemos confiar en la bondad inmutable de Dios y cantar alabanzas de gratitud que confirman su amor interminable, como lo hace el salmista (Salmo 136:1); exaltar la grandeza del Señor por sobre todo (vv. 2-3); y reflexionar en sus maravillas y entendimientos ilimitados (vv. 4-5). El Dios que nos ama siempre es el atento Hacedor de los cielos y la tierra, quien también controla los tiempos (vv. 6-9).
Nos regocijamos porque ese amor eterno es el mismo que nuestro Creador y Sustentador todopoderoso derrama hoy en la vida de sus hijos. Independientemente de lo que enfrentemos, Aquel que nos hizo nos fortalece al reafirmarnos su amor incondicional y completo. Demos gracias a Dios por los innumerables recordatorios de su amor infinito.