Un sábado a la tardecita, mi familia y yo nos detuvimos en un restaurante para comer. Mientras el camarero ponía papas fritas crocantes y hamburguesas gruesas sobre la mesa, mi esposo lo miró y le preguntó cómo se llamaba. Y agregó: «Nosotros oramos antes de comer. ¿Hay algo por lo que podamos orar hoy por ti?». Allen, cuyo nombre supimos entonces, nos miró con una mezcla de sorpresa y ansiedad. Tras un corto silencio, nos dijo que estaba durmiendo todas las noches en el sofá de la casa de un amigo, que su auto estaba averiado y que no tenía dinero.
Mientras mi esposo oraba por él, pensé en que nuestra oración intercesora se asemejaba a lo que sucede cuando el Espíritu Santo eleva nuestras causas y nos conecta con Dios. En nuestros momentos de mayor necesidad, cuando nos damos cuenta de que no podemos enfrentar la vida solos, cuando no sabemos qué decirle a Dios, «[el] Espíritu […] intercede por los santos» (Romanos 8:27). Lo que dice el Espíritu es un misterio, pero no tenemos duda de que siempre coincide con la voluntad de Dios para nuestras vidas.
La próxima vez que ores por la guía, provisión y protección de Dios para alguien, recuerda que tus necesidades espirituales también están siendo elevadas a Él, quien sabe tu nombre y se interesa por ti.