Tenía protección para los ojos, una ubicación ideal y postre. Junto con millones de personas en los Estados Unidos, mi familia observaba el raro suceso de un eclipse solar total, el cual causó una oscuridad inusual en la típica tarde brillante de verano. Aunque para nosotros fue divertido y nos recordó el increíble poder de Dios sobre la creación (Salmo 135:6-7), a lo largo de la historia, la oscuridad diurna se consideraba anormal y premonitoria (Éxodo 10:21; Mateo 27:45); una señal de que no todo es como debería ser.
Así lo entendió Amós, un profeta del período del reino dividido en la antigua Israel. Amós advirtió al reino del norte que sería destruido si el pueblo seguía alejado de Dios. Como señal, el Señor haría «que se ponga el sol a mediodía, y [cubriría] de tinieblas la tierra en el día claro» (Amós 8:9).
Pero el mayor deseo y propósito de Dios era —y es— recomponer todas las cosas. Aunque el pueblo fue llevado cautivo, Dios prometió que, un día, repatriaría a un remanente a Jerusalén y que «[levantaría] sus ruinas, y lo [edificaría] como en el tiempo pasado» (9:11).
Aun en lo más oscuro de la vida —como Israel—, podemos encontrar consuelo en saber que Dios devolverá la luz y la esperanza… a todos los que busquen al Señor (Hechos 15:14-18).