El 21 de septiembre de 1938, al mediodía, un joven meteorólogo advirtió de la llegada de un huracán a Nueva Inglaterra, Estados Unidos. Pero el jefe de pronosticadores se burló de tal predicción. Sin duda, una tormenta tropical no golpearía tan al norte.
Dos horas después, el huracán tocó tierra en Long Island a las 4 de la tarde, arrojando barcos a tierra, mientras las casas se derrumbaban en el mar. Murieron más de 600 personas. Si las víctimas hubieran recibido la advertencia —basada en datos sólidos y mapas detallados—, probablemente habrían sobrevivido.
El concepto de saber a quién prestar atención tiene precedentes en las Escrituras. En la época de Jeremías, Dios advirtió a su pueblo de los falsos profetas: «No [los] escuchéis […]; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la boca del Señor» (Jeremías 23:16). Y agregó: «si ellos hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo» (v. 22).
Los falsos profetas todavía existen. Algunos «expertos» dan consejos, pero ignorando a Dios o adecuando su Palabra a los propósitos de ellos. Pero mediante la Biblia y el Espíritu Santo, Dios nos ha dado lo necesario para discernir entre lo verdadero y lo falso.