Las ocho semanas de «receso» de José de su trabajo para participar con una iglesia de Nueva York en ayudar a personas en situaciones críticas no fueron vacaciones. Dijo: «Fue volver a vivir entre los que no tienen un techo, ser uno de ellos, recordar cómo es tener hambre, estar cansado y sentirse olvidado». Su primera experiencia en las calles había sido nueve años antes cuando llegó sin trabajo ni lugar donde vivir. Durante trece días, vivió en la calle, con poca comida y descanso. De ese modo, Dios lo había preparado para décadas de ministerio entre los necesitados.
Cuando Jesús vino a este mundo, también decidió compartir las experiencias de aquellos a quienes había venido a salvar: «por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Hebreos 2:14). Desde que nació hasta que murió, Jesús experimentó todo como ser humano, excepto el pecado (4:15). Y por haberlo vencido, puede ayudarnos cuando somos tentados a pecar.
El Señor que nos salvó sigue conectado con nosotros e interesado en nuestras circunstancias. Sea lo que sea que vivamos, Aquel que nos rescató está dispuesto a ayudarnos en nuestras necesidades.