Según Jim y Jamie Dutcher, cineastas famosos por su conocimiento de los lobos, estos animales, cuando están contentos, mueven la cola y corretean de un lado a otro. Pero si muere un miembro de la manada, están tristes durante semanas. Visitan el lugar donde murió el compañero, mostrando su tristeza con la cola caída y aullidos de lamento.
La tristeza es una emoción profunda que todos hemos experimentado; en especial, ante la muerte de un ser amado o de una anhelada esperanza. María Magdalena la vivió. Había pertenecido al grupo de seguidores de Jesús, y viajado con Él y sus discípulos (Lucas 8:1-3), pero su cruel muerte en una cruz los había separado, y lo único que le quedaba por hacer era terminar de ungir el cuerpo para su sepultura. ¡Imagina cómo se habrá sentido cuando llegó a la tumba y en lugar de encontrar un cuerpo sin vida, se encontró con el Salvador! Aunque al principio no lo reconoció, el sonido de la voz que pronunciaba su nombre le reveló quién era: ¡Jesús! Al instante, la tristeza de María se convirtió en gozo, y compartió: «¡He visto al Señor!» (Juan 20:18).
Jesús vino a traer libertad y vida, y su resurrección ratifica que cumplió lo que había venido a hacer. Nosotros también podemos celebrar su resurrección y contar a otros la buena noticia: ¡Él vive!