«Ya no soy lo que era. Soy una nueva persona».

Estas sencillas palabras de mi hijo, durante una asamblea de estudiantes, describe el cambio que Dios hizo en su vida. Cuando era adicto a la heroína, se veía a través de sus pecados y errores. Pero ahora, se ve como un hijo de Dios.

La Biblia nos anima: «si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17). Independientemente de lo que hayamos sido o hecho en el pasado, cuando aceptamos a Jesús como nuestro Salvador y recibimos el perdón que ofrece por su sangre, somos hechos nuevos. Desde Edén, nuestro pecado nos separó de Dios, pero Él ahora «nos reconcilió consigo mismo por Cristo», no tomando en cuenta nuestros pecados (vv. 18-19). Somos sus hijos amados (1 Juan 3:1-2), lavados y hechos nuevos a la semejanza de su Hijo.

Jesucristo es la inocencia encontrada. Él nos libera del pecado y de su poder, y nos restaura a una nueva relación con Dios, en la que ya no vivimos para nosotros mismos «sino para aquel que murió y resucitó por [nosotros]» (2 Corintios 5:15).  Como en el caso de mi hijo, el amor transformador de Cristo le dio una nueva identidad y propósito. ¡Y lo mismo hace por nosotros!