En la serie de la BBC, Mamíferos, el presentador trepa a un árbol para echar una mirada humorística a un perezoso de tres dedos. Al enfrentarse cara a cara con el mamífero más lento del mundo, lo saluda con un «¡buuhh!». Ante la falta de reacción, explica que ir lento es lo que uno hace si fuera un perezoso que se alimenta de hojas que no se digieren fácilmente y que casi no tienen nutrientes.
En un repaso de la historia de Israel, Nehemías nos recuerda otro ejemplo de ir lento (9:9-21), pero este no es cómico. Según él, Dios es el ejemplo supremo de ir lento… cuando se trata del enojo. El Señor se ocupó de su pueblo, lo sostuvo en el viaje tras salir de Egipto y prometió darle una tierra (vv. 9-15). Aunque los israelitas se rebelaban constantemente (v. 16), nunca dejó de amarlos. Nehemías lo explica diciendo que, por naturaleza, el Señor es Dios «que [perdona], clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia» (v. 17). Si no, ¿por qué habría soportado con paciencia las quejas, incredulidad y desconfianza del pueblo durante 40 años? Fue solo por sus «muchas misericordias» (v. 19).
¿Y nosotros? Un temperamento caldeado es señal de un corazón frío. Pero la grandeza del corazón de Dios nos capacita para vivir con paciencia y amarlo.