Nos reuníamos todos los jueves, después de que él perdiera a su esposa en un accidente automovilístico. A veces, venía con preguntas que no tenían respuesta; y otras, con recuerdos que quería revivir. Con el tiempo, aceptó que aunque el accidente fue resultado de este mundo roto, Dios tenía un propósito en ello. Años más tarde, dio una clase en nuestra iglesia sobre el dolor y cómo lamentarnos bien. Poco después, se convirtió en guía experto para personas que experimentaban pérdidas. A veces, cuando pensamos que no tenemos nada para ofrecer, Dios toma lo que suponemos «insuficiente» y lo convierte en «más que suficiente».
Jesús les dijo a los discípulos que dieran de comer a la gente. Ellos alegaron que no tenían nada, pero el Señor multiplicó lo poco que había, y luego les repartió el pan, como diciendo: «¡Les dije que les dieran algo para comer!» (Lucas 9:13-16). Cristo hará el milagro, pero suele decidir hacernos parte.
Jesús nos invita: «Coloca en mis manos lo que eres y lo que tienes. Tu vida destruida, tu historia, tu fragilidad y tus fracasos, tu dolor y tu sufrimiento. Ponlos en mis manos. Te sorprenderá lo que puedo hacer con eso». Él sabe que puede producir abundancia de nuestro vacío; revelar su poder a partir de nuestra debilidad.