José pastoreaba una iglesia famosa por sus programas y producciones teatrales. Aunque estaban bien hechos, temía que la actividad de la iglesia se hubiera vuelto un negocio. ¿Crecía la iglesia por las razones correctas o por sus actividades? Para averiguarlo, canceló todos los eventos adicionales de la iglesia por un año. Esta se enfocaría en ser un templo viviente donde la gente adorara a Dios.
Su decisión parece exagerada, hasta que uno ve lo que hizo Jesús cuando entró en el patio del templo. Aquel lugar sagrado, antes inundado de oraciones sencillas, estaba ahora atestado de negocios. Jesús dio vuelta las mesas de los mercaderes y detuvo a los vendedores. Furioso ante lo que hacían, citó Isaías 56 y Jeremías 7: «Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones […]. Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones» (Marcos 11:17). Habían convertido el patio donde los gentiles adoraban a Dios en un mercado mundano para ganar dinero.
Los negocios o las ocupaciones no tienen nada de malo. Pero este no es el propósito de la iglesia. Nosotros somos el templo viviente de Dios, y nuestra tarea principal es adorar al Señor. Es probable que no tengamos que volcar mesas, como hizo Jesús, pero tal vez Él nos esté llamando a hacer algo tan drástico como eso.