Años después de la trágica pérdida de sus cónyuges, Roberto y Sabrina se enamoraron, se casaron y combinaron sus respectivas familias. Construyeron una casa nueva, y la llamaron Havila (una palabra hebrea que significa «retorcerse de dolor» y «dar a luz»); es decir, hacer algo hermoso a partir del dolor. Dicen que no construyeron la casa para olvidar su pasado, sino para «producir vida a partir de las cenizas, para celebrar la esperanza». Para ellos, «es un lugar de pertenencia, donde celebrar la vida y aferrarse a la promesa de un futuro».
Esta es una imagen hermosa de nuestra vida en Cristo. Él saca nuestras vidas de las cenizas y se convierte en nuestro lugar de pertenencia. Cuando lo recibimos, hace su morada en nuestros corazones (Efesios 3:17). Dios nos adopta en su familia por medio de Jesús, para que le pertenezcamos (1:5-6). Aunque atravesemos angustias, Él puede usar eso con buenos propósitos para nosotros.
Cada día, tenemos oportunidad de entender más a Dios, disfrutando de su amor y celebrando por lo que nos ha dado. Solo en Él hay plenitud de vida (3:19). Y tenemos la promesa de que esta relación durará para siempre. Cristo es nuestro lugar de pertenencia, nuestra razón para disfrutar la vida, y nuestra esperanza ahora y siempre.