Hace varios años, mis hijos y yo pasamos unos días acampando en Selway-Bitterroot Wilderness, en Idaho. Allí habitan los osos pardos, pero llevamos repelente para osos, manteníamos limpio el campamento y esperábamos no encontrarnos con ninguno.
Una noche, ya tarde, escuché a mi hijo Randy tratando de salir de su bolsa de dormir. Tomé la linterna y la encendí, esperando verlo en las garras de un oso enfurecido.
Allí, sentado erguido sobre sus patas y agitando sus garras, había un ratón de unos diez centímetros de altura. Tenía la gorra de mi hijo atrapada entre los dientes. La pequeña criatura había tironeado de la gorra hasta sacársela de la cabeza. Mientras me reía, el ratón soltó la gorra y salió corriendo. Nos volvimos a meter en nuestras bolsas, pero con mi adrenalina al máximo no me pude volver a dormir, y pensé en otro depredador: el diablo.
Cuando el diablo tentó a Jesús (Mateo 4:1-11), Él neutralizó sus seducciones con la Escritura. Con cada respuesta, Jesús se recordó a sí mismo que Dios había hablado del tema, y no desobedecería. Eso hizo que el diablo huyera.
Aunque Satanás quiere devorarnos, es bueno recordar que es un ser creado como aquel pequeño roedor. Juan dijo: «mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4).