Después de años de sequía, los incendios en California llevaron a algunos residentes a pensar que eran obra de Dios. Esta perturbadora impresión se reforzó cuando las noticias empezaron a referirse a uno de ellos como el Fuego Santo. Los que desconocían la zona no entendieron que se refería a la región del cañón del Santo Jim. ¿Quién era Santo Jim? Según la historia local, era un apicultor tan irreligioso y gruñón que los vecinos le pusieron ese irónico sobrenombre.

La referencia de Juan el Bautista a un bautismo «en Espíritu Santo y fuego» también tiene su historia y explicación (Lucas 3:16). Mirando atrás, es probable que pensara en la clase de Mesías y el fuego purificador profetizado por Malaquías (3:1-3; 4:1), pero solo cuando el Espíritu de Dios descendió en forma de viento y fuego sobre los seguidores de Jesús, las palabras de Malaquías y de Juan cobraron sentido (Hechos 2:1-4).

El fuego que Juan predijo no fue lo esperado. Como un verdadero acto de Dios, descendió con valor para proclamar una clase diferente de Mesías y una llama santa. En el Espíritu de Jesús, expuso y consumió nuestros inútiles esfuerzos humanos y dio lugar al fruto del Espíritu (ver Gálatas 5:22-23). Estas son las obras que Dios desea realizar en nosotros.