Según una antigua historia, un hombre llamado Nicolás (nacido en 270 d.C.) oyó hablar de un padre que era tan pobre que no podía alimentar a sus tres hijas; mucho menos proveer para cuando ellas se casaran. Como quería ayudar al padre, pero sin que nadie se enterara, Nicolás arrojó una bolsa con oro por una ventaba abierta, la cual aterrizó dentro de un calcetín o un zapato que se secaba junto a la chimenea. A ese hombre se lo conoció como San Nicolás, quien más tarde se convirtió en Papá Noel.
Cuando escuché esa historia de un regalo que venía de lo alto, pensé en Dios el Padre, quien por amor y compasión, envió a la tierra el regalo más maravilloso, su Hijo, a través de un nacimiento milagroso. Según el Evangelio de Mateo, Jesús cumplió la profecía del Antiguo Testamento de que una virgen concebiría y daría a luz un hijo a quien llamaría Emanuel: «Dios con nosotros» (1:23).
Por más encantador que sea el regalo de Nicolás, ¡cuánto más asombroso es el regalo de Jesús! Él dejó el cielo para convertirse en hombre; murió y resucitó, y es Dios viviendo con nosotros. Nos consuela cuando estamos tristes y dolidos; nos alienta cuando nos sentimos desanimados; nos revela la verdad cuando nos engañan.