Mientras una pareja iba en su caravana por una región desértica, una cubierta se reventó y el metal de la llanta empezó a raspar contra el pavimento. Las chispas que produjo desencadenaron un incendio forestal en el norte de California, que quemó unos 930 km2 de bosque, destruyó más de mil casas y provocó la muerte de varias personas.
Cuando los sobrevivientes se enteraron cuán angustiada estaba aquella gente, abrieron una página en Facebook para mostrar «gracia y bondad […] ante la vergüenza y la desesperación» que los envolvía. Una mujer escribió: «Aunque estoy entre los que perdieron su casa en el incendio, necesito que sepan que mi familia [no los culpa]. Ni tampoco [lo hace] ninguna de las familias que perdieron sus hogares […]. Los accidentes ocurren. De verdad, espero que estos mensajes alivien su carga. Todos juntos saldremos adelante».
La condenación, el temor a haber hecho algo imperdonable, puede carcomer el alma humana. Felizmente, las Escrituras revelan que «si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios» (1 Juan 3:20). Él es mayor que cualquier vergüenza oculta. Para sanarnos, Jesús nos invita a arrepentirnos, y al experimentar la redención divina, «tendremos nuestro corazón confiado delante de él» (v. 19 rva2015).