Nuestra iglesia sufrió una pérdida lamentable cuando Pablo, nuestro dotado director de canto, murió a los 31 años en un accidente en un bote. Él y su esposa DuRhonda conocían lo que era el dolor, ya que habían sepultado a varios hijos que habían muerto antes de nacer. Ahora habría otra tumba cerca de las de los pequeños. La aplastante crisis que experimentó esa familia fue como un golpe casi mortal en la cabeza.

David conocía bien las crisis personales y familiares. En el Salmo 3, quedó abrumado frente a la rebelión de su hijo Absalón. En lugar de enfrentarlo y luchar, decidió huir de su casa y de su trono (2 Samuel 15:13-23). Aunque «muchos» consideraron que Dios lo había abandonado (Salmo 3:2), David sabía que no era así, sino que lo veía como su protector (v. 3), y por eso clamó a Él (v. 4). Lo mismo hizo DuRhonda. En medio de su dolor, cuando cientos se habían reunido para recordar a su esposo, ella elevó su voz suave y tierna en una canción que expresaba su confianza en Dios.

Ante informes médicos desalentadores, presiones financieras, relaciones interpersonales irreconciliables o la muerte de seres amados, que nosotros también nos fortalezcamos diciendo: «Mas tú, Señor, eres escudo alrededor de mí; mi gloria, y el que levanta mi cabeza»(v. 3).