El nombre de Antonio Stradivari (1644-1737) es legendario en el mundo de la música. Sus violines, chelos y violas son tan apreciados por su artesanía y claridad de sonido que muchos han recibido su propio nombre. Uno de ellos, por ejemplo, se conoce como Stradivarius El Mesías. Después de haberlo tocado en él, el violinista Joseph Joachim escribió: «El sonido del Strad, ese “Messie” singular, vuelve una y otra vez a mi mente, con su combinación de dulzura y grandeza».
No obstante, ni el nombre ni el sonido de un Stradivarius merecen compararse con la obra de una Fuente muchísimo mayor. Desde Moisés hasta Jesús, el Dios de los dioses se presenta con un Nombre sobre todo otro nombre. Por nosotros, quiere que la sabiduría y la obra de su mano sean reconocidas, valoradas y exaltadas con el sonido de la música (Éxodo 6:1; 15:1-2).
Sin embargo, esa liberación de fortaleza en respuesta a los gemidos de un pueblo atormentado era solo el principio. ¿Quién hubiese imaginado que mediante la debilidad de sus manos crucificadas, Jesús dejaría un legado de valor eterno? ¿Podría alguien haber predicho el resultado de la melodía extraordinaria y grandiosa de una música cantada en alabanza al nombre de Uno que murió —cargando el insulto de nuestro pecado y rechazo— para mostrarnos cuánto nos ama?