Muchos críticos de cine consideran que Lawrence de Arabia es una de las mejores películas de todos los tiempos. Con sus aparentemente interminables vistas de los desiertos, ha influido a generaciones de cineastas, incluido el galardonado director Steven Spielberg, que dijo: «Me sentí inspirado la primera vez que vi Lawrence. Me hizo sentir insignificante. Todavía me hace sentir así. Y esta es una medida de su grandeza».
Lo que a mí me hace sentir pequeño es la inmensidad de la creación, cuando miro el océano, vuelo sobre la capa de hielo polar o veo miles de millones de estrellas que brillan en el cielo nocturno. Si el universo creado es tan vasto, ¡cuánto más debe de serlo el Creador que lo puso en existencia con su palabra!
La declaración de David evoca la grandeza de Dios y nuestros sentimientos de insignificancia: «¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?» (Salmo 8:4). Pero Jesús nos asegura: «Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?» (Mateo 6:26).
A los ojos de mi Padre, soy muy valioso; valor que compruebo al mirar la cruz y el precio que estuvo dispuesto a pagar para salvarme.