Uno de mis recuerdos más tempranos de la niñez en la iglesia es el de un pastor que caminaba por el pasillo y nos alentaba a «recordar las aguas del bautismo». ¿Recordar las aguas? —me preguntaba yo—. ¿Cómo se recuerda el agua? Luego, nos rociaba a todos con agua, lo cual, a esa edad, me encantaba pero también me confundía.

¿Por qué debemos pensar en el bautismo? Cuando una persona se bautiza, hay mucho más que solo agua: simboliza que por la fe en Jesús, fuimos revestidos de Él (Gálatas 3:27). En otras palabras, se celebra que pertenecemos a Cristo, y que Él vive en y a través de nosotros.

Como si esto significara poco, el pasaje nos dice que si hemos sido revestidos de Cristo, nuestra identidad está en Él: somos hijos de Dios (v. 26). Y como tales, por la fe en Jesucristo —no por cumplir la ley del Antiguo Testamento—, recompusimos nuestra relación con Dios (vv. 23-25). Fuimos liberados y unidos por medio de Cristo, y ahora somos de Él (v. 29).

Por eso, hay muy buenas razones para recordar el bautismo y todo lo que este representa. No es el simple hecho en sí, sino que demuestra que le pertenecemos a Cristo y somos hijos de Dios. Nuestra identidad, futuro y libertad espiritual se encuentran en Él.