En cada aniversario de boda, mi esposo me regala un enorme ramo de flores recién cortadas. Cuando perdió su trabajo durante una restructuración en la empresa, yo no esperaba que siguiera esta pródiga muestra de cariño. Pero, cuando cumplimos 19 años de casados, las coloridas flores me recibieron desde su lugar en la mesa de nuestro comedor. Como él valoraba esta tradición anual, ahorraba dinero todos los meses para asegurarse de tener suficiente para su demostración personal de afecto.
Su cuidadosa planificación demostraba una generosidad enorme, similar a la que alentó Pablo cuando se dirigió a los creyentes corintios. Los elogió por sus ofrendas voluntarias y entusiastas (2 Corintios 9:2, 5), recordándoles que Dios se deleita en los dadores generosos y alegres (vv. 6-7). Después de todo, nadie da más que nuestro Proveedor amoroso, quien siempre está dispuesto a suplir todas nuestras necesidades (vv. 8-10).
Podemos ser generosos de muchas maneras porque el Señor suple nuestras necesidades materiales, emocionales y espirituales (v. 11). Al dar, expresamos nuestra gratitud a Dios por todo lo que nos ha dado, y motivamos a otros a alabarlo también (vv. 12-13). Tales expresiones de amor y gratitud demuestran nuestra confianza en su provisión plena.