Cuando alguien con una larga historia de no pagar sus cuentas quiere conseguir un crédito para comprar una casa o un auto, los prestamistas prefieren no correr el riesgo de dárselo. Si carece de historial de pagos, al banco no le alcanza con que esa persona prometa devolver el dinero. Por lo general, la persona busca a alguien que se haya caracterizado por saldar sus deudas, y le pide que firme como garantía del préstamo. La promesa del cofirmante le asegura al prestamista que el préstamo será saldado.
Cuando alguien nos promete algo —sea por razones financieras, matrimoniales o de otro tipo—, esperamos que cumpla. También queremos saber que Dios cumplirá sus promesas. Cuando le prometió a Abraham que lo bendeciría y le daría muchos descendientes (Hebreos 6:14; ver Génesis 22:17), Abraham le creyó. Como no hay otro mayor que el Creador de todo lo que existe, solamente Él podía garantizar que cumpliría lo dicho.
Abraham tuvo que esperar que naciera su hijo (Hebreos 6:15) —y nunca vio la innumerable cantidad de descendientes que tendría—, pero Dios fue fiel. Cuando Él promete estar con nosotros siempre (13:5), sostenernos seguros (Juan 10:29) y consolarnos (2 Corintios 1:3-4), podemos confiar en que lo hará.